Hijos de Nuestra Triste Revolución

 El presente escrito es una columna de opinión y debido a su formato carece de una sección de referencias. Sin embargo, las posturas opuestas siguen siendo libres de expresarse con la educación correspondiente.


Hace 110 años, el histórico acontecimiento comenzó. La llamada Revolución Mexicana estalló de la mano de un acaudalado empresario coahuilense de nombre Francisco Ignacio Madero que se opuso públicamente a la llamada dictadura porfirista, clamando en nombre de la democracia y la unidad nacional. Es más, este heróico hombre fue tan valiente y perseverante que llegó a ocupar nada menos que la Presidencia de la República por año y medio antes de ser traicionado y asesinado.

Esa es la historia oficial, la que nos han vendido desde la Oficina de la Presidencia y desde los libros de Historia de México a cargo de la SEP desde nivel primaria. Es una historia que muchos creemos sabernos de memoria pero que poco parece importar para el mundo de hoy. Para el México de hoy. No pasa de ser un día feriado y de vestir a nuestros pequeños de charros y adelitas. No pasa de que los más patriotas se tomen un trago de tequila y hagan remembranza desde Facebook. No pasa... de poner una banderita en nuestra casa. Eso es todo. San se acabó.

Para empezar, Madero prometió que era diferente, encabezó un movimiento desorganizado (donde cada caudillo tenía su propio proyecto de nación) que resultó en su victoria. Pero ya siendo presidente no tuvo la capacidad política o social de arreglar los daños del Porfirismo y de la propia guerra civil causada por él. Toda la vida fue un terrateniente adinerado al que sólo le faltaba una tienda de raya para representar la élite que decía oponer.

Por décadas se nos ha dicho que Porfirio Díaz Mori fue un militar sanguinario, un dictador de mente fría y calculadora al que se debía quitar de la Silla Presidencial a cualquier costo. En otras palabras, un villano que necesitaba un héroe. La ya gastada — y típica — narrativa oficial romántica y novelesca de héroes y villanos. De bandos opuestos que siempre representan al bien y al mal. 


Sin embargo no se nos dice que fue este mismo hombre el que prácticamente construyó la Ciudad de México como hoy se le conoce. No se le reconoce su visión y proyecto de nación puramente racionalista. Y, por si fuera peor, el que fuera el Monumento a la Revolución acabada la guerra, originalmente estaba pensado para ser la cúpula central de un Palacio Legislativo a usanza hermosamente neoclásica único que jamás pudo concretarse.


Pero más allá de los conflictos históricos y errores a conveniencia en la narrativa de los hechos revolucionarios, y todavía tomándome el arevimiento de pasar por alto los golpes de Estado uno tras otro que hubo en la posguerra hasta el bienaventurado 1917... Hay una última cosa por vislumbrar. La verdadera relevancia de la Revolución Mexicana.

Al oxidado clamor de "¡Tierra y Libertad!" podemos ser testigo de que el reparto de tierras no era suficiente para lograr una dignificación de los trabajadores de la tierra que siguen siendo explotados por empresas del sector alimenticio que no reconocen su esfuerzo, por un T-MEC unilateral en materia agraria y por una pobreza y exclusión comparables con el Profirismo antiguo. Tenemos un gobierno de pseudoizquierda que no ha mostrado más cercanía hacia con los campesinos que los conservadores. Entendida esta cercanía  como posibilidades de cambio sustancial que les permitan mejorarse y reinventarse.

Por los presos injustificados durante los 35 años de Díaz, hoy protestamos y marchamos por los desaparecidos de Ayotzinapa, Tlatlaya, Nochixtlán, Tres Culturas y los que faltan.

Nos jactamos de tener un movimiento igualitario con mujeres de la talla de Carmen Serdán y Hermila Galindo (mujeres que, desafortunadamente, el Tercero Constitucional no dio para tanto para recordarlas tan bien como a Madero o Hidalgo), pero que con los hechos las mujeres son atacadas constantemente desde Palacio Nacional, las escuelas y los centros de discusión.

Por definición, una Revolución debe ser rupturista. Cambiar con lo establecido hasta la médula para edificar algo sustancialmente nuevo. La Rusia soviética no fue ni de cerca semejante a lo que fue la Rusia Zarista. La Francia republicana cambió toda una perpectiva de la sociopolítica de la época. En tanto, México podrá tener una Constitución progresista, pero que en esencia no cambió nada. Los mismos problemas que el caricaturesco de Madero, Zapata, Villa y compañía dieron sus vidas para erradicar son los mismos problemas por lo que se sigue luchando aquí y ahora.


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